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Por Darinel Herrera

El reto de la sostenibilidad de los alimentos dejó de ser un problema del futuro para convertirse en un reto del presente.

Ante una creciente demanda de alimentos debido al aumento de la población mundial, la cada vez menor superficie natural disponible para nuevas tierras de cultivo y la reciente interrupción de las cadenas de suministro a nivel global derivada de la actual pandemia de Covid-19. Vaticina un escenario poco alentador para la sostenibilidad de nuestros alimentos.

Es bien sabido que desde tiempos bíblicos, el mundo y el agricultor, coexisten con un pequeño enemigo que desde siempre ha representado un problema para la seguridad alimentaria de nuestro planeta. Un enemigo natural, que durante siglos se ha encargado de terminar con muchas de nuestras cosechas año con año, gracias a la voracidad de sus enjambres.

Así es, hablamos de las langostas. Una plaga de insectos voladores y hambrientos que durante los últimos 5 años, ha triplicado su capacidad reproductiva (Una sola generación puede multiplicarse 20 veces, cada 3 meses), debido al cambio climático (el aumento de lluvia, los ciclones y la humedad en zonas desérticas)

Gigantescos enjambres de langostas del desierto (enjambres de hasta 150 millones de insectos por kilómetro cuadrado), están arrasando tierras de cultivo y granjas como algunos países no habían visto en 70 años. Enjambres capaces de devorar alimento para 35,000 personas en un solo dia y de trasladarse 100 km en apenas 24 horas.

Y sin caer en el pesimismo, las proyecciones de los expertos con respecto a esta plaga no auguran nada bueno. Cuando arrasen el este de África,se espera que las plagas viajen hacia el oeste. Poniendo en peligro los medios de vida de un 10% de la población mundial, asegura Ernesto Torrico en su reportaje denominado: La plaga bíblica de la que no para de alertar la ONU.

Las langostas están poniendo en jaque las cosechas y el acceso a los alimentos de decenas de países en un momento en que su control es todavía más difícil al juntarse con la crisis del coronavirus. «La crisis es enorme, porque el covid-19 ha hecho que estos países estén empobrecidos por la falta de importaciones de sus productos y ahora se le suma que la langosta se come lo que están produciendo», asegura Máximo Torero, economista jefe de FAO.

En latinoamérica desde finales de mayo, las langostas del desierto comenzaron a generar alarma en Suramérica. Primero fue Paraguay, luego Argentina y ahora esta plaga amenaza con extenderse a Brasil y Uruguay, poniendo en riesgo miles de hectáreas de cultivos y la seguridad alimentaria de habitantes de la región.

Recientemente la OIRSA (Organismo Internacional Regional de Sanidad Agropecuaria) con sede en San Salvador. Lanzó una nota dirigida a los ministerios de Agricultura del istmo, donde pide «incrementar la vigilancia fitosanitaria para detectar focos y realizar controles oportunos» de la plaga, en el marco de la primera etapa de lluvias que culmina en septiembre.

Los países donde se podría «reactivar» el problema de la langosta son Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua, en virtud que desde mayo han sufrido inundaciones, así como en Costa Rica y Panamá, que en el pasado han tenido la plaga.

La langosta centroamericana, según un informe técnico del OIRSA,»es una especie de polífagas» que pueden afectar a más de 400 especies de plantas que les sirven como alimento.

Una alerta para detectar brotes de la devoradora langosta centroamericana (Schistocerca piceifrons piciefrons Walker), que ataca cultivos de granos básicos y a unas 400 especies de plantas.

Alternativas y posibles soluciones

En muchos de estos países en donde esta plaga es endémica, el consumo de langostas es tradición. «Yemen es uno de ellos. Los enjambres vuelan durante el día y en la noche descansan sobre el suelo, que es cuando la gente local las recolecta en bolsas y redes. Luego las hierven, las secan o las fríen, se consumen localmente en las comunidades, y también se venden en los mercados locales. Son ricas en proteínas y apropiadas para el consumo humano, pero también como pienso animal”, afirma el biólogo y entomólogo panameño Alonso Santos, investigador en la Universidad de Panamá, quien además señala que es una oportunidad utilizar la langosta centroamericana como alimento.